Visitar un familiar en la residencia y ver que, tanto él como otras personas atendidas están pintando un dibujo, ¿podríamos considerar que es infantilizar a las personas mayores?
Este es un hecho que se repite constantemente en los centros y el gran debate, desde mi punto de vista como enfermera geriátrica, es que una vez más queremos generalizar sobre cualquier hecho. Todavía diría más, los adultos nos creemos con el derecho de poder “dirigir” la vida de nuestros familiares de más de 80 años, sobre todo si viven en un centro residencial.
El equipo técnico de los centros residenciales ha ido a la universidad y ha aprendido los conocimientos necesarios para apoyar activamente a las personas grandes institucionalizadas. Normalmente, el equipo que se ocupa de realizar las actividades lúdicas llega con muchísimas ideas creativas, actividades que a veces generan frustración por parte del residente y de la misma educadora porque posiblemente su nivel no llega a adecuarse a las capacidades de la persona mayor.
Actualmente, las generaciones que viven en un centro, son las que utilizaban mucho el papel y el lápiz y no la tecnología. Muchas de estas personas lo intentan e, incluso, los ves con la tablet o el móvil arriba y abajo, y con los cascos inalámbricos viendo YouTube. Algunos centros han adaptado algún proyector para hacer actividades mediante la tecnología inmersiva… pero, ciertamente, son la minoría.
Esto no saca que de aquí unos años las cosas cambiarán. Ya no dependerá tanto del perfil de usuarios como del motivo por el cual una persona mayor se puede pasar horas pintando mandalas o dibujos.
Quizás el problema recae en que nunca hemos hecho el ejercicio de cuestionarnos el porqué no puede pintar dibujos. El modelo ACP constantemente nos repite que tenemos que tratar a la persona desde su hacer, darnos cuenta si una persona se siente feliz haciendo aquella actividad, motivada, entretenida… quizás pinta aquel dibujo para cuando venga su nieta, pintarlo juntas.
En el centro residencial Colònia Güell, hasta hace muy poco teníamos uno de los despachos adornado con dibujos. Pero quien los pintaba, cuando vio que los exponíamos en el despacho a la vista de todo el mundo, empezó a salir de su depresión que hacía meses que arrastraba. El hecho de sentirse importante y útil por otras personas, como persona humana, sube tu autoestima y, por lo tanto, le encuentras sentido a la vida.
Pintar por gusto no tiene nada que ver con pintar por obligación. Si pintamos mandalas o dibujos, dependerá de cada persona y, como todo en la vida, no es lo que haces sino cómo lo haces.
Como equipo tenemos que saber ver que aquella persona, pintando aquel dibujo, actúa de este modo para cubrir una necesidad. A menudo acabamos mecanizando los procesos y esta es nuestra lucha: dar herramientas a los equipos para que no pierdan de vista que tratamos con personas. Y como personas diferentes que somos, la clave del éxito es saber qué necesita cada persona.
Maite Ferré
Directora Centro residencial Colònia Güell